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jueves, abril 18, 2024

La malvada Amanda

O, COMO SE LE CONOCÍA EN LOS BAJOS MUNDOS: AMANDA LA MALVADA.
AUNQUE, PARA OTROS, ERA SIMPLEMENTE: LA PELIRROJA MALVADA.
A SECAS.

Tenía la seguridad de contar con la amistad indeclinable de Amanda, y de una manera totalmente incomprensible, sin el menor recato, ha mostrado el cobre. Quedo, gracias a ello, en una situación por lo demás incómoda y desesperada. Indefensa. Y a ella, la malvada Amanda, no le importa en lo más mínimo. Hasta se ha burlado -no en mi cara, sino a mis espaldas- lo que ha causado en mí, una rabia asesina. Una furia desatada. Y no exagero. Pero no me lo puedo explicar.
Aunque no de una manera que se pudiera entender como un amor declarado a los cuatro vientos, la verdad es que me dio alas como para creer que lo nuestro era verdadero.
No entiendo.
Te juro Lulú, que no entiendo.
_ “Y yo te creo, mujer. Yo te creo.”
Desde que entró a trabajar a la oficina, fue linda conmigo. Y yo lo tomé con gran ilusión y aprecio. Me dejé ir. Como una idiota. Desde fuera, si tú la miras, no parecería una de las nuestras. Yo sí. Yo sí lo parezco. El corte de pelo que he usado siempre y mis zapatos, hablan por mí. Pero ella no. Amanda es una mujer de la que nadie pensaría tal cosa. Tan fina, tan dulce, tan alta y delgada, tan sonriente y coqueta, ¡tan guapa! Se pone cualquier garra de cien pesos y parece que la compró en París. Que habla tres idiomas, dice. Nunca le escuche nada que me hiciera creerle, pero siempre le di, en todo, el beneficio de la duda. Además, te dabas cuenta del revuelo que causó su llegada entre los solteros de la oficina. También y tal vez más, entre los casado con ganas de estrenarse en las broncas y dificultades del divorcio, los hijos compartidos, la esposa nueva, y el dinero que nunca alcanza.
_ “Esos canallas nunca aprenden, alguna los encandila, y ahí van. Tienes razón.”
Pero ella seria y distante. Seria, reservada, soberbia y distante.
Y claro, con sus atenciones hacia mí, pues caí redondita.
Y físicamente lo estoy. Un poquito. Nada para alarmarse. Y de soñadora como andaba por Amanda, hasta me quedaba por las tardes, sufriendo la gota gorda en las caminadoras que la Uni, puso para todos al final del corredor y que nadie usa. Yo misma cuando las ví la vez que las pusieron pensé para mí, que era otro gasto inútil. Hasta conseguí una dieta espartana que me mataba de hambre, y de las ganas de comer, que son dos cosa distintas. Pero ni eso tomó en cuenta.
_ “Exageras un poco en lo de redondita. Pero el ejercicio te ha hecho mucho bien. ¡Te-ves-muy-bien! Pero sígueme contando, ¡ándale!”
No puse atención. Esa es la verdad.
Pero tampoco estaba preparada para la desconfianza. Para el recelo. Para el recato. Para seguir sola. Y como ya te dije antes, me dejé ir a lo idiota.
Después de varias salidas al cine, y dadas las condiciones que el encierro ha traído, sugirió Amanda si no era mejor, quedarnos en mi casa, conseguir algunas películas, preparar algo ligero por las noches –“Que debes cuidarte un poquito.” -insinúo apenas, -y pasarla lindo. Me pareció bien. Muy bien. De las salidas al cine y antes o después al café o al bar, nunca pasamos. Cada una a su casa. Nunca quiso decir donde vivía, y yo, con un poco de aprensión, por ir demasiado aprisa y hacerla sentirse incómoda y presionada, preferí callar. No dije nada, pensando respetar su privacidad. ¡Ilusionada pues!
Esto fue, durante los primeros dos o tres meses desde que nos conocimos.
De ver películas, preparar algo ligero y pasarla lindo, a sugerir ella, Amanda la posibilidad de compartir mi casa -a la que llamó “nuestra,” no paso mucho tiempo. Pero lo de “pasarla lindo” no llegaba. Y ahí Amanda me enredó, con una historia que prefiero creer.
Según me dijo, recién había salido de una relación triste y tormentosa por la que salió huyendo de la CDMEX, para “no llegar al asesinato” dijo entre lágrimas y risas nerviosas. Yo, como también te dije antes, le creí. Que necesitaba tiempo, un poco de espacio y libertad de vez en cuando y “curar sus heridas” antes de “entregarse completamente” a los “delirios de la pasión” dijo.
Y yo le creí. Pero me tomaba de la mano mientras veíamos películas de terror -las más de las veces- que yo no tolero, y a ella le encantan.
Tuve que regalar a mi gato Rosendo porque a ella, los gatos “le daban miedos siniestros, ancestrales e incontrolables.” Y yo, le seguí creyendo.
¡Pero es que antes de Amanda, ni siquiera lo de tomarme de las manos con alguna había tenido! Lo de que mi periquita Clío, que una mañana no despertó, lo tomé como muerte natural. Y fíjate hasta donde, llega mi devoción, que, con las plumitas de Clío, le hice unos aretes bellísimos, que todas le chuleaban.
Desde su punto de vista lo nuestro se dirigía, hacia una relación de amigas entrañables, a las que “Lo-de-con-derechos,” llegaría. Porque de que llegaría; llegaría. Pero a su tiempo. Al tiempo de Amanda. A su tiempo, y nunca antes.
Mientras, lo de amigas entrañables permanecía vigente y sin cambios. “No comas ansias, Clotilde, no comas ansias, confía en mí, déjame salir de esta depresión en la que permanezco hundida, avasallada y vencida, pero contra la que lucho con denuedo, audacia y determinación, y entonces verás querida Clotilde, que después… ¡no te la vas a acabar! Clotilde. No te la vas a acabar.”
Y en ello, en esa promesa visionaria, romántica y quimérica, puse todos mis anhelos, ilusiones y esperanzas.
_ “Creo, si me permites decirlo, que debiste pararle un poco las cosas. Pero eres muy linda persona Cloti, – ¿puedo llamarte así? -Cloti. ¿Cómo amigas?”
Si. Puedes llamarme Cloti. Me gusta.
Y tienes razón. Debí hacerlo, pero ya ves cómo soy. Pero te sigo contando.
Después vino lo de servirle de aval para el préstamo urgente, dada la gravedad de la terrible enfermedad por la que su madre Margarita, estaba pasando y sufriendo, llegó pronto. “Mira qué casualidad que nuestras madres sean tocayas.” Dijo. Una semana después del “No-te-la-vas-a-acabar” para ser exacta. Ante mi tímida aclaración de que mi madre se llama Martha y no Margarita, por aquello de lo de las tocayas, respondió: “Ay, Clotilde, tu tan fijada, por esos pequeños detalles. ¡Disfruta de la vida Clotilde, por favor disfruta de la vida!”
¡R-i-é-n-d-o-s-e!
Mientras; cabizbaja, yo firmaba las formas para el préstamo económico.
¡En blanco!
_ “¡Sinverguenza! ¡Poca pena! ¡Desgraciada! Te juro que me hierve la sangre, Cloti. ¡Que me hierve la sangre! Estoy fúrica, Cloti. ¡Fúrica!”
Pues te vas a poner peor Lulú. Ahora resulta que desde hace una semana no tengo noticias de ella. Alguien me dijo que había tenido que ir a la CDMEX, por complicaciones con la enfermedad de su madre. Pero no lo creo. Es más, la tarde del último día que ella durmió aquí, yo venía de camino después del trabajo, y de reojo, cerca del hospital, y ya vez que, con el cambio de horario, ahora anochece más temprano, en la penumbra alcancé a ver como una pareja dentro de una de esas camionetas que traen pintado el logo de la Uni, se manoseaba de manera descarada e impúdica, prácticamente en público. ¡En público! Lulú, en público. ¡Qué cubrebocas ni qué cubrebocas, o sana distancia! De sentir un poco de denodada repugnancia, no habría pasado. Pero lo que llamó mi atención, fue que la tipa traía un vestido igualito al que, en el buen fin, había comprado, para la cena de navidad de la Uni, se haga o no. Y; pues seguí mi camino.
Al cabo, me dije, Clotilde; ese no es tu asunto.
Pero algo cómo un gusanito me daba vueltas por la cabeza. A las tres de la mañana, entendí que Amanda no llegaría a dormir. No era la primera vez. Y por más que marcaba y marcaba a su celular, me mandaba al buzón y yo del coraje, nomás pasaba y pasaba aceite. Resignada me acosté. El gusanito seguía por ahí. Traía la tentación por la coincidencia del vestido que llevaba la tipa de la que ya te dije. Me levanté y apresurada corrí al closet. No te hago el cuento largo. Sólo me dejó mis peores garras. Se llevó todo. Me dejó en los puros cueros, te digo.
_ “Cloti, que poca madre tiene esa mujer. ¡Qué-poca-madre! ¡Que me hierve la sangre, Cloti! ¡Que me hierve la sangre!¡Que me hierve!”
La única esperanza de volver a verla es que, en una gaveta del closet, ha olvidado un par de zapatillas de tiritas de piel, tacones altos y lentejuelas que tanto hacen lucir sus hermosas piernas que son su orgullo. “Clotilde, yo sin estas zapatillas, no soy nada. No-soy-nada.” Dijo un día. “Por ellas daría la vida.”
_ “¿Y porque no le cumples esa voluntad, Cloti?”
_ ¿Qué tratas de decirme Lulú?
_ “Ahora la que me va a escuchar, Cloti querida, eres tú.”
_ Sentí muy lindo escuchar de tus labios, “Cloti querida”, Lulú.
No te me distraigas y ponme entonces atención. Mucha Atenció. Que ya habrá tiempo para otras cosas. Es cierto que tu amiguita Amanda está ahora en la CDMEX. Y fue a ella a la que viste ya casi a oscuras dentro de la camioneta que bien describes, haciendo las cochinadas que también, muy bien describes.
Y te voy a decir además con quien estaba dentro de la camioneta y es el mismo con el que ahora retoza en el Hotel Catedral, de la calle de Donceles 95, casi esquina con la calle de Brasil, en el mero centro histórico. Ahí esta, con Manuel J. Manuel. El que antes era el director de Recursos Humanos, caído en desgracia por poner indebidas atenciones, a algunos de los recursos humanos a su cargo.
Y que ahora, se estrenará como semi-divorciado ávido de libertad, olvido de sus obligaciones paternas, acurrucado con la que espera pronto se convierta en su nueva mujer, y al que, en adelante, por más que le busque no le alcanzará el dinero. Como tú misma lo dijiste antes y yo estuve de acuerdo. Recuerda que yo misma, soy divorciada.
_ “Ay, Lulú, no lo sabía. Lo siento mucho.”
¡Que no te distraigas te digo!
Con respecto a lo que expones sobre las zapatillas puedes tener razón. Y puedes hacer dos cosas. La primera es quedarte con ellas…
_ “No puedo. Ya me las probé y no me quedan.”
Por favor, Clotilde, no me interrumpas.
_ “¿Estás enojada? ¿Ya no me vas a decir Cloti? Porque todavía me quedaron una cuantas plumitas de Clío.
Por favor, Clotilde ¡por favor! Entonces sólo te queda una de las dos que tenías y es; esperar a que esa traidora regrese y tenderle una trampa.
_ “Lulú, ¡me das miedo!
Si estas contenta con lo que Amanda te ha hecho, me callo y lo dejamos. Yo sólo por ayudarte, paro si no quieres…tú decides. Veo que callas. Entonces hazme un favor, revisa cuidadosamente lo que pondré en tus manos.
Antes, cierra los ojos. Ya está. Sin abrirlos, revisa lo que te acabo de dar.
_ “Lulú, ¿esto parece una pistola pequeña, pequeña, pero pistola. Se siente fría.”
Tienes la mitad de la razón. Ahora abre los ojos. Dame acá. En realidad, es un encendedor, que además tiene una bala que puede ser disparada. Una pistolita refinada para las damas como nosotras.
_ “Lulú, cuando dices -para damas como nosotras- me confundes. Hace nada me cuentas que eres divorciadas. Ahora dices -Damas como nosotras- ¿¡Eh!?
No se cuándo, lo descubriste en ti misma. Yo durante mi luna de miel. Y como entenderás, ya no había marcha atrás. Veinte años, Cloti. ¡Veinte Años!
_ “Lulú, cuanto lo siento Lulú.”
_ “Tu dime que hacer Lulú, me pongo en tus manos.”
De acuerdo entonces. La loca ésta te va a llamar por teléfono uno de estos días cualquiera. Puede que llorando te cuente que su mamá ha muerto y que te necesita con desesperación. Para mí, que ésta no tiene, literalmente, madre desde siempre. Pero no importa. Tú, le sigues el juego. No le reclamas por nada. Te prometerá el cielo, las estrellas y las nubes suaves de las sábanas tibias y perfumadas. A todo, dile que sí. Dejarás que llegue. Dejarás que se acerque.
Ahora conviene explicarte cómo funciona la única pistolita que funciona para las damas como nosotras. Por suerte ni tú fumas, ni yo tampoco. Si fumaras podría ser peligrosa. Muy peligrosa. He sabido de casos, y puedes creerme; no fue bonito. Tómala entre tus manos otra vez. Dale como para disparar. Otra vez. Otra. Otra vez. Solo prende. ¿Te das cuenta? Es un simple encendedor. Pero, si le sumes este botoncito que está aquí escondido -y no lo harás ahora- en lugar de encender un cigarrillo, apagas la vida de esta hija de su madre.
¡Y-no-me- mires-así!
_ “Lulú, Lulú, me sigues asustando. No creo poder hacer semejante cosa. ¡Lulú!
Ya te dije que hago esto sólo por tu bien. Solo-por-tu-bien. Pero si no quieres…
_ “Iría a parar a la cárcel, Lulú. ¡A-la-cárcel, Lulú! ¡A la cárcel!
No necesariamente.
No te niego que se formará un despelote descomunal, grotesco, desmedido. Por unos días. Habrá que pagar un abogado a prueba de estupideces. Ese puede ser un problema. Son caros. Y tú por un buen rato no podrás sacar un préstamo económico ni de los otros, por andar avalando a tu amiguita traidora. Yo misma, no tengo cómo prestarte.
_ “Lulú, Lulú, esto nadie lo sabe, pero confío en ti desde que cariñosamente me llamaste Cloti, llenando de dulzura cariño y esperanzas hacia ti, mi corazón partido en pedazos por esa malvada. Tengo guardados en un lugar secreto una gran cantidad de dólares que he ido comprando a través de los años…”
Cloti, no sabía de tal ahorro te lo juro por mi madre, que Dios tenga en su gloria. No te niego que algún rumor sobre el asunto. Pero nunca puse atención.
_ “Lulú, sé todo eso. Y lo creo viniendo de ti. La llave de mi escondite la guardo pegada a la suela de una de las zapatillas que olvidó la malvada Amanda.”
Querida Cloti, -me enternece llamarte de esta manera por primera vez-…
_ “A mí también Lulú. ¡A mí también!
Pero debo decirte de la importancia que tiene el que tus dólares, no lleguen, repito, no lleguen, a manos equivocadas. La policía, por ejemplo. Imagínate. Perdido ese dinero, no habrá abogados. Te aconsejo entregar la llave y el lugar del escondite, a la persona en quien más confíes. ¡Cuanto antes!
_ “Eso está más que decidido, querida Lulú. Me encanta el sonido: Querida Lulú. ¿Viste que lo dije despacito? A ti confiare mis dólares, poniendo en tus manos, además mi vida, y por supuesto…mi corazón destrozado. Pero dime si entendí el cómo haré las cosas. Primero dejo que la malvada llegue. No prendo la luz. Que se acerque. Yo tendré el encendedor a la mano. Lo sacaré cuidadosamente sin que la malvada lo perciba. Le moveré cuidadosamente a este fierrito, y ¡pum! La malvada caerá a mis pies desguanzada. Literalmente abatida.
Después, cuando la policía llegue, yo, ahogada, sofocada, con voz estrangulada por el llanto, explicaré la total confusión en que me encuentro. Pensé que se trataba de un ladrón violador incestuoso, empecinado en robar mi honra, y me defendí. Defendí mi honra virginal. Y lo volvería a hacer, oficial. ¡Lo volvería a hacer! Y entonces, yo, compungida, contrita, abatida y apesadumbrada, pondré ante el oficial mis manos temblorosas y dejaré sin ningún aliento de rebeldía, que me coloque las esposas. Al día siguiente tú, mi querida Lulú, te presentaras ante el oficial de guardia, acompañada por mi abogado. Una verdadera lumbrera. Un sabio casi en estos asuntos, y para cuando mucho por ahí de las once de la mañana, estaremos en El Salón París, disfrutando de unas mimosas Viuda de Cliquot, esperando por sendas órdenes de huevos rancheros con enormes salchichas alemanas de carne de cerdo de Michoacán, y a un lado frijolitos negros refritos con tres coquetos y selectos totopos en precario equilibrio, sólo para adornar.
¿Ese es el plan? ¿Entendí bien? ¿Olvidé algún pequeño detalle? Dime. ¡Dime!”
Me alegra ver, querida Cloti, que has entendido a la perfección el plan.
Sólo te recomendaría tachar lo de “incestuoso.” Debemos cuidar al mínimo el más insignificante error. Dejémoslo en “ladrón violador,” a secas. Lo de las mimosas y el resto del desayuno, me parece simple, sencillo, elegante y lejano de manifestaciones triunfalistas por demás innecesarias.
Y ahora sí, puedo asegurarte querida Cloti, que sólo por haber depositado de manera piadosa, angelical, e inocentemente, toda tu confianza en mí, creo que esta vez, es seguro. Casi seguro; que no te la vas a acabar, querida Cloti.
¡NO-TE-LA-VAS-A-ACABAR!


edgarsalguero@hotmail.com

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

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