- Publicidad -
viernes, marzo 29, 2024

¡Esto del encierro!

_ He estado un poco alterado por el comportamiento de mi gata Sebastiana.

_ Te puedo casi jurar que, al igual que yo, la pobre ya no aguanta el encierro. Por las noches es cuando la veo peor. Acostumbrada a que, normalmente, si el clima es benigno, la dejo salir, y ella, alocada, delirante y atolondrada corre en busca de alguno con el exclusivo fin de dar rienda suelta a su manifiesta lujuria, que a su edad ya no necesita del celo para mostrarse, ahora, ante mi negativa de abrir la puerta, vive en la incontinencia, el recato y la castidad involuntarios. Y me mira feo.

_ ¿No tenías también un perro?

_ Si. Lo tuve, pero Sebastiana se encargó de él. Eran casi amigos. Al principio de este desmadre eran casi amigos. Con el paso de los meses de encierro, aquello se fue agriando. Hasta el extremo que, en una de esas, una tarde fría y lluviosa de Junio, no sé cómo, la méndiga gata sacó el plato plateado donde comía Donatello, y a punta de estentóreos y aberrantes maullidos, que por respeto a tu investidura de cura que sueña con llegar a Papa, no traduciré, lo sacó a la puta calle y a Donatello no le quedó más remedio que marcharse y perderse bajo la lluvia, llevando entre sus delicadas fauces de cachorro sietemesino, su plato plateado.

_ ¿Y no hiciste nada por defenderlo?

_ No pude.

_ …

_ Debes entender que Sebastiana lo tenía todo planeado. No fue algo fortuito o inesperado. Algo que se apareció en su mente de sopetón, de golpe y porrazo un arranque de locura, ¡un arrebato! ¡No! Lo-había-planeado-todo-hasta-el-último-detalle. Fue algo totalmente premeditado.

_ ¡Ave María!

_ ¡Ave!

_ Tú dime Padre, de no ser así, ¿cómo es que desde un mes antes, Sebastiana, imitaba frente al espejo que uso para apreciar mis avances en el legendario arte del tai-chi, todos los delicados movimientos que tal disciplina establece, decreta y dictamina, si quieres progresar y alcanzar lo que yo he alcanzado?

_ Y, ¿Qué haz alcanzado, hijo?

_ Por lo pronto, no volverme loco aquí encerrado con Sebastiana y Donatello.

_ ¿Pero no que Donatello…? ¿Voló?

_ Era lo que todos creíamos y pensábamos.

_ ¿Todos?

_ Bueno…Sebastiana y yo. Déjame y te explico. Pero antes pongamos en claro un par de detalles. Dejémonos de lo de padre e hijo. Que yo mismo te dibujé el diploma. Y noté que cuando dije: “la méndiga gata.” Te pareció grosero. Te sobresaltaste. Tu escandalizada mirada de cura de barrio que sueña con el Vaticano, me lo dijo todo. Pero te ilustro. Si vas a los altos de Jalisco, y la conversación decae, sobre todo si vas a Tepatitlán, -prefieren que digas nada más Tepa- siempre será lo mismo. Te preguntan: ¿Cómo se dice, méndigo o mendigo? Y sin darte tiempo a contestar, ellos solos se contestan: “Mendigo, es el que pide. Y méndigo… el que no le da.”

_ ¿Y a que, viene eso, hijo?

_ ¡Ya te dije!

_ …

_ Entonces continúo, “Padre.” Yo con mis propios ojos vi cómo Donatello, con la cola entre las patas y llevando melifluamente entre sus delicadas fauces de cachorro sietemesino, su plato plateado, bajo la lluvia fría de la tarde gris. Pero Donatello, intuyendo que las maliciosas actitudes de Sebastiana frente al espejo, imitando mis delicados movimientos de tai-chi, no auguraban para él, para Donatello, nada bueno, había tomado sus propias precauciones.  Solicitando refugio temporal, como guardián eventual en una escuelita muy mona, para niños con déficit de atención, que por la méndiga pandemia permanecía impensadamente cerrada. Pese a su corta edad, fue aceptado de inmediato. Lo único que Donatello exigió a cambio como pago por sus servicios policiales, fue que con irreprochable puntualidad se le suministraran sus alimentos de marca -a los que estaba acostumbrado- agua esterilizada también de marca, y dos litros de un tinte para el pelo, -también de fina marca-.

No fuera a ser que por andar usando productos patito pusiera en riesgo su salud. Olvidaba contarte, además, “padre,” que también exigió, Donatello, unas tijeras, delicados cepillos de fibras naturales para peinado, un encendedor pequeño, pero a prueba de fallas, y veladoras para enfrentar por las noches, sus desbocados y delirantes episodios de pánico, cuando por cualquier incontrolable motivo, lo circundaban, acorralándolo, las sombras.

Ya para terminar -sin saberlo al límite de la paciencia de la junta de padres que administraba, bien o mal, ese tipo de detalles de la escuelita mona- solicitó tres cosas más. A saber, una mantita de lana decorada con huellitas multicolores de cachorro consentido, o en su defecto, con la imagen impresa de Snoppy. Que dizque para combatir el frío. Algunos juguetes de esos que se compran en las veterinarias de lujo, y que vienen en paquetes de tres diferentes. Y un espejo de los en, que de un lado te ves de tamaño y aspecto normal, y por el otro te aumenta que da miedo. Y que nunca aceptas que así, estás en realidad.

De sus estipendios, los podrían discutir más adelante. Que para eso: “Nos encontramos entre pares.” Dijo.

Un día Donatello me habló por teléfono.

Habían pasado tres meses. No que me hubiera olvidado de él. Por supuesto que no. Pero debo admitir que la llamada me tomó por sorpresa. Se le escuchaba más maduro. Pensaba en él muchas veces. Sobre todo, por las noches.   Cuando sentía clavadas en mí, las miradas desconfiadas de Sebastiana, mientras jugábamos a las cartas. Intuía, presentía, sospechaba algo. Como que la situación se había resuelto de manera demasiado fácil. Pero yo, entonces y sobre todo después de la llamada, puse cara de póker. Intentando desviar, cualquier sospecha de Sebastiana, por minúscula que esta fuera. Sobre todo, distraerla con tal de poderle ganar algunas veces. Y dejar así, de perder dinero

Siguiendo al pie de la letra las minuciosas y elaboradas instrucciones, confiadas a mí por Donatello, esperé a que llegaran las fiestas patrias para llevar a cabo, el intrincado plan. Algunas cosas de la conversación no quedaron muy claras, dado que Donatello, algunas de las veces, al mismo tiempo que conversábamos, intentaba prender unas velas antes del anochecer.

Se le escuchaba nervioso y a punto de quedarse sin batería en su celular.

_ ¿Jugabas al póker o a la canasta con tu gata?

_ No sabes el peligro que acabas de correr. Te oye llamarla gata, y lo primero que te dirá antes de sacarte los ojos será: “¡Gata tu madre!” Y te saltará encima.

Lo bueno es que anda allá afuera jugando con su nuevo amigo, Wilfredo.

_ Si no es mucha molestia, hijo mío, ¿Quién es Wilfredo?

Continuará la próxima semana…

edgarsalguero@hotmail.com

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO