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jueves, marzo 28, 2024

31 Días de Halloween: Las brujas (2020)

La primer película de horror que vi fue Las brujas de 1990, y a pesar de tener una muy temprana edad, tengo las memorias de parte de mis padres: según ellos me han contado, encontraba fascinante la idea de que un niño se volviera en ratón, gracias al aprecio que le he tenido a estos animalitos por crecer viendo una y otra vez Un cuento americano (Don Bluth, 1986), algo que me parecía lo suficientemente enternecedor como para no aterrarme frente a las brujas y su horrenda líder a excepción de dos escenas las cuales no son particularmente las más populares: cuando a Luke (Jasen Fisher) convertido en roedor termina con la colita cortada, y cuando este huye de las brujas y una para evitar su escape avienta una carriola con un bebé casualmente acomodada en un risco que da hacia la playa.

Con el tiempo Las brujas se volvería una habitual película para ver con toda la familia para desgracia de mi madre a la que llegaba al punto de la náusea cuando era testigo de cómo mi hermano y yo imitábamos las convulsiones de la chef al comer la crema con la pócima transformadora (no sería ni el primero ni último referente de algún comestible y el horror para la desgracia de la señora Sandra).

Viéndola ahora como un adulto me sigue pareciendo no sólo una película entrañable sino una de innegables valores de un tiempo perdido, porque Las brujas es una película que en estos tiempos sigue siendo una visión sin tapujos frente al horror y la relación de este con películas de corte infantil, una idea que compartían los tres íconos involucrados detrás de la cámara, los cuales ya no están con nosotros: su director fue Nicolas Roeg quien previamente tenía películas en su haber como El hombre que cayó a la tierra (1976) que trata sobre un atolondrado extraterrestre que se vuelve adicto a las drogas encarnado por David Bowie y por supuesto No mires ahora (19733), una obra maestra del horror que explora el duelo y la superación de la pérdida en un matrimonio a punto de la ruptura guiada por unas extrañas visiones en una diametralmente opuesta Venecia, una de putridez y cadáveres en el fondo del filme.

Roeg contaría con el apoyo visual de Jim Henson, de quien sus participaciones en la pantalla grande fuera de Los Muppets son remarcables aproximaciones de un tono fantástico sin temor a mostrar el horror de sus universos –una percepción lógica para él en donde tanto sendero de aberraciones hacen más difícil el viaje del héroe, pero a su vez más fructífero- y quien estuvo involucrado en la producción de Las brujas como un proyecto de ensueño y la cual, fue uno de sus últimos proyectos antes de fallecer de manera inesperada.

Y está el hecho de que la película adaptara uno de los libros más populares de Roald Dahl, un sociópata disfrazado de autor infantil cuyos libros siempre dejan su postulado respecto a este universo cruel en donde estos a veces encuentran finales bastante abruptos y de un humor demasiado negro. Es precisamente la producción de Las brujas la que hace que Dahl termine rechazando posteriores ofertas para adaptar sus novelas porque de manera exagerada encontraba que el final  de su historia original –en donde la abuela y el niño ratón hacen un pacto para acabar con la vida de las brujas en los 9 años que le quedan de vida a cada uno- por uno más feliz, omitiendo que particularmente este final era meritorio si comparamos el nivel de encanto y fidelidad que la película tenía.

Las brujas no fue un éxito de taquilla y sólo con el paso del tiempo se volvería un clásico de culto, y por más de una década, la advertencia de un remake se veía venir. Originalmente los rumores ponían en la silla de director a dos compatriotas: Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, ambos de capacidades sustentables a la hora de presentar fantasías de un tono infantil superiores a las de la media de los demás directores dentro del campo, pero por… razones, los dos quedarían fuera del proyecto salvo la labor de producción y un bosquejo de guión por parte del primero. Las brujas terminaría sin mucho rumbo hasta que de pronto el proyecto caería a manos de Robert Zemeckis, y aquí es donde empieza el problema porque Zemeckis ya no es el director que antes revolucionó a la industria.

Volver al futuro (1985) y Quién engañó a Roger Rabbit (1988) además de su alto valor de entretenimiento, son obras que mostraban el interés de Zemeckis en posicionar a sus películas como punta de lanza en cuanto a innovaciones tecnológicas, batuta que seguiría llevando a gran escala durante los años noventa con películas como La muerte le sienta bien (1992) o Forrest Gump (1994)… de hecho es muy probable que si creciste con programas como La magia del cine o de efectos especiales te hayas cruzado con sus películas. Desgraciadamente algo le pasó a Zemeckis a partir del nuevo milenio, y es que el director se enfrascó en una infructífera campaña por hacer de la animación de captura de movimiento una tendencia que prometía foto realismo y el matrimonio perfecto entre el actor y personaje que interpretaba en donde los estímulos faciales eran fidedignos y no había compromisos respecto al físico de la contraparte en carne y hueso, eso quiere decir que bien podría ser bote de basura, un dragón o un hombre de apariencia física portentosa sin necesariamente serlo en la vida real. Esto falló de manera descomunal –con todo y un estudio de producción que Zemeckis supervisó con su propio dinero- en parte porque la tecnología mostrada por primera ocasión en El expreso polar (2004) era una que se sentía demasiado añeja y que fue poseedora de críticas respecto al cómo una película sobre la Navidad rozaba el valle inquietante con personajes que parecían estar muertos.

Esto además se sumó a que otros directores planteaban este tipo de tecnología sin estar limitados al campo de la animación; efectos más convincentes y celebrados llegarían de la mano de realizadores como Peter Jackson y James Cameron los cuales también terminarían simplificando el proceso para demás producciones. Eso dejó a Zemeckis en una posición incómoda porque sus películas perdían dinero a pesar de estar aferrado en más de 4 ocasiones, la última ocurrida tan sólo hace dos años atrás en la fallida Bienvenidos a Marwen (2018). Y tras el abandono de estas pretensiones –de las que podemos remarcar como verdaderamente nobles, no es que impusiera limitantes frente a otros realizadores, de verdad tenía una mirada propositiva con el impacto de sus visuales- Zemeckis pasaría la década pasada con películas en las que uno como audiencia ya percibe un cansancio notorio, porque son películas de las que no precisamente depende del poderío visual por computadora per se, la excepción es que Zemeckis ve en ellas las posibilidades de hacerlo, pero a diferencia del perfeccionismo de otros que piensan igual, su propuesta siempre termina languideciendo frente a su tratamiento de personajes y argumento, porque para él ahora lo interesante resultan los efectos especiales.

Y da la casualidad de que Las brujas es el más reciente ejemplo de este fenómeno.

Zemeckis dirige esta nueva versión con un tratamiento que él mismo trabajó detrás de los anteriores propuestos por Kenya Barris y Guillermo del Toro, el cual tiene unos minúsculos detalles más apegados al libro original, sin llegar a ser necesariamente una adaptación más fiel, eso incluyendo el final que para puristas de Dahl puede que a pesar de parecer ir por ese rumbo, resulta más propositivo que aquel que le hizo sacar cálculos biliares.

En esta versión de Las brujas el cambio más llamativo y con potencial resulta el cambio de raza de los protagonistas, quienes abandonan el color blanco y la descendencia Europea de la abuela, para volverse personajes afroamericanos que se desenvuelven durante la época de los años sesentas. Esto representaría una posibilidad de trasladar el conflicto de las brujas y la abuela en un tono crítico o referente a los movimientos por equidad, lo cual pasa en guiños dentro de su diseño de producción como los recuadros pintados de Martin Luther King y los hermanos Kennedy o que las brujas decidieran atacar a los niños desprevenidos de las zonas del gueto. Más allá de estos pequeños detalles la película nunca parece indagar sobre las complejidades que si bien no pone sobre la mesa porque no es su intención, son imposibles de omitir considerando el trasfondo histórico en el que parece plantearse.

Es precisamente la primera parte de Las brujas la que parece prometer, aunque a medias. Octavia Spencer –quien ya tiene una carrera interpretando a personajes en la mismas épocas- como la abuela es curiosa y trata de animar a su nieto sin nombre como el libro, interpretado por un desangelado Jahzir Kadeem Bruno que al principio se entiende como parte de una dinámica entre los dos que trata de plasmar la superación de un evento traumatizante, sirviendo para el refuerzo de su relación y las advertencias de los peligros ante los desconocidos… no pasa mucho porque se percibe el tiempo encima que lleva la película y que intenta solucionar a través de una voz en off de parte de Chris Rock particularmente molesta y que describe cosas que uno está viendo en pantalla, es decir, una modalidad infructífera (que sobra decir resulta en un final insípido).

Para el mentado encuentro con las brujas, Zemeckis se siente más a gusto, pero eso no es sinónimo de exitoso. Es a partir de este momento en donde los efectos visuales explotan y Las brujas al depender de estos para poder concebir el resto de la historia, no funciona. La propuesta es a través de efectos especiales que no logran vendernos las ideas de lo que está ocurriendo frente a nuestros ojos, y que además son carentes de un atractivo visual o de exageración que la hagan suponer una mejoría frente a lo que ya se había visto 30 años atrás. Aquí es donde aparece más a profundidad el personaje de Anne Hathaway y va al mismo nivel problemático con los niños roedores pero quizás más trágico, porque sí se percibe un esfuerzo de parte de ella pero que depende de un diseño poco fascinante como la bruja líder indistinguible de las demás y de nuevo, la generación de habilidades por computadora le limitan su exageración corporal que no le hacen justicia.

Y así uno va sufriendo Las brujas, que parece sobre esforzarse. El score musical de Alan Silvestri que por separado es bastante agraciado –de hecho uno de los mejores del compositor en años- pero dentro de la película parece no ser conexo a las escenas que musicaliza y que además, se presta a una pésima mezcla de sonido, porque el score de Silvestri se presta a volúmenes exagerados como intentando plasmar emoción en donde no la hay. Zemeckis por supuesto que termina ignorando a sus actores, incluyendo a Spencer quien la mayoría del tiempo parece que está hablando a la nada y por parte de Jahzir Kadeem Bruno, uno pensaría que ese niño ya estaría descongelado para este punto del filme pero se mantiene en el mismo rigor, incluso carente de emociones cuando ve a su ratón que de pronto puede hablar.

Se acaba, te paras de tu asiento y terminas sin algún referente adherido a tu mente sobre lo que acabas de ver. Las brujas forma parte de esos decepcionantes remakes que lejos de establecerse como superiores o compatibles a sus antecedentes pasan con más pena que gloria… y de esos hay cientos, que lo único que buscan es la asociación barata en inmunda de nostalgia y pues es algo desmoralizante pero siendo honestos desde la aparición del nombre de su director, esto ya se veía venir.

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